Por Elder Hernández
En el corazón de Tepito, uno de los barrios más emblemáticos y vibrantes de la Ciudad de México, la gastronomía es una forma de identidad y orgullo. En medio del bullicio del mercado de Granaditas, los tamales oaxaqueños de Don Vic se han convertido en un referente para quienes buscan el sabor auténtico del barrio, donde cada receta guarda una historia y cada bocado sabe a trabajo duro.
Con más de cuatro décadas de tradición, Don Vic llegó desde Jalapa, Veracruz, y transformó su oficio en un legado familiar. Su pequeño puesto, ubicado junto a la puerta uno del mercado, es ya una parada obligada para quienes buscan un tamal de los de antes: grande, generoso en relleno y preparado con masa 100 % nixtamalizada sin cal, lo que le otorga una textura suave y un sabor inconfundible.
El menú es breve pero contundente: tamales de pollo con mole, lomo adobado, pollo en salsa verde y queso manchego con tres tipos de queso —Nochebuena, Villita y Caperucita—. Cada pieza pesa más de medio kilo y cuesta entre 85 y 93 pesos, dependiendo del relleno. El secreto, dice Don Vic, está en el adobo preparado con más de veinte especias, ajo y hierbas de olor que marcan la diferencia.
Más allá del sabor, su historia refleja la esencia del barrio bravo: esfuerzo, constancia y comunidad. “Aquí el único que no come es el flojo”, afirma el maestro tamalero, convencido de que Tepito recompensa a quien trabaja desde temprano. Su espacio huele a vapor, maíz y orgullo, y es punto de encuentro para vecinos, comerciantes y visitantes que buscan un desayuno contundente.
A unos pasos de ahí, Doña Rosa mantiene viva otra tradición del barrio con sus tostadas de tinga y pata. Con 36 años de experiencia, esta mujer originaria de Salvatierra, Guanajuato, prepara tostadas que saben a casa. “Saben a mamá”, comentan sus clientes al probar el platillo de 25 pesos, servido con frijoles, lechuga y salsa de molcajete. Su puesto se ha convertido en un punto de reunión donde el sazón familiar se mantiene intacto generación tras generación.
En las calles aledañas, los tacos placeros también son parte del paisaje cotidiano. A 25 pesos, se preparan con tortilla recién salida del comal, chicharrón, queso, pico de gallo y guacamole. Son herencia de las comidas improvisadas en las plazas, donde bastaba un poco de maíz, aguacate y buen ánimo para alimentar a toda la familia.
Por otro lado, sobre la calle Rivero, los tacos de tripa y suadero son una institución. Herederos de una receta michoacana, ofrecen tripa dorada o suave, cabeza, campechano y pechuga desde las nueve de la mañana hasta la noche. Los comensales eligen si quieren su tripa crujiente o tierna; en ambos casos, la calidad del producto y el sabor casero se imponen sin artificios.
El recorrido culinario se completa con el elote cacahuazintle, traído desde La Merced. A 40 pesos la pieza, marca el final de la temporada de maíz y el inicio de los fríos capitalinos. Su presencia es símbolo de abundancia y de una tradición que se mantiene viva entre el humo de los puestos y el bullicio del mercado.
En Tepito, la comida no es solo un oficio, es una forma de vida. Cada tamal, tostada o taco representa el espíritu de una comunidad que ha aprendido a salir adelante con trabajo, ingenio y sabor. El barrio bravo sigue demostrando que, más allá de su fama, lo que realmente define a su gente es la fuerza de su cocina y la calidez de su mesa.












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